Es éste un periodo de honda preocupación para aquellos que seguimos albergando esperanzas sobre el fortalecimiento del proyecto europeísta. Alarmados constatamos cada día cómo la corriente del populismo nacionalista se va abriendo paso en el continente separando las aguas, en cuya turbulencia casi todos estamos a punto de naufragar. Durante la Primera Guerra Mundial los soldados en las trincheras centro europeas devoraban con fruición el libro prohibido de Andreas Latzko, oficial del ejército del Imperio Austro-húngaro, quien fue destituido de su puesto y degradado militarmente por la publicación clandestina de un libro que promueve la paz. Según Romain Rolland él es el gran testigo de toda guerra. “Soltamos un grito de alegría, la verdad canalizada… fue oída en el mundo entero”, nos narra Stephan Zweig desde alguna frontera refiriéndose a “Hombres en guerra”, en el cual el inolvidable contribuyente a los movimientos pacifistas sobrepone el problema humano a la “gran mentira” que nos venden las ideologías belicistas. Al leer las pintadas invocando la sensatez y el pacifismo sobre los muros de Budapest, que Mariann traduce escrupulosamente para mí, he recordado las punzantes historias del escritor húngaro. “¿Debería de curarme de mi memoria?” Dadas las violentas ráfagas que circulan por Europa, Andor Latzkó está más presente que nunca aquí y ahora.
Pasamos ante las puertas cerradas de la Central European University en pleno corazón de la ciudad. Esta prestigiosa casa de estudios, en cooperación con universidades americanas, ha concedido durante casi tres décadas centenas de becas para la investigación en diversas disciplinas. Uno de los beneficiados, años atrás, fue el joven Viktor Orban, hoy en día ultranacionalista Primer Ministro de Hungría, el mismo que ha decidido el nefasto y paulatino desmantelamiento de la CEU. Apenas apareció el proyecto de ley que pretendía clausurar dicho “cruce de caminos” universitario - donde profesores y estudiantes de más de cien países han venido participando desde 1991 - la Unión Europea junto con un colectivo de Universidades americanas se lanzaron abiertamente al rescate de la CEU, fundada por el potente enemigo político de Orban, el multimillonario filántropo húngaro György Soros. Mas nada se ha logrado, como de costumbre la corriente nacional-populista arrasa con todo, finalmente dicho “Institute for Advanced Study” está cerrando sus puertas en Budapest y muda su sede a Berlín ante la creciente campaña en su contra orquestada por el actual gobierno.
Mariann pertenece a la generación post Unión Soviética, me cuenta retazos de crónicas de las guerras que sobrevinieron en la antigua Yugoeslavia y de las familias serbio-húngaras que las sufrieron, Viktor Orban ha auxiliado a muchas de estas familias para reintegrarlas a Hungría, las cuales comprensiblemente le deben fidelidad. Dialogamos acerca del momento actual, de la latente amenaza nuclear, del separatismo catalán y de la creciente corriente nacionalista que como un fantasma recorre Europa. Mientras me va contando la historia de su país el tono de su voz se torna amargo al comentar la situación actual y especular sobre el futuro de sus tres hijos. Ha caído la noche, la ciudad luce aún más bella así iluminada. Hablábamos del temible Putin y del terrible Trump, cuando de pronto se me ocurrió entonar “The wall”. La expresión de su rostro se ha vuelto sombría escuchándome tararear a Pink Floyd. Yo tenía 39, intento recuperar la memoria sobre “la resaca de todo lo vivido” en aquellos años, describiendo lo que entonces sentíamos respecto a la Guerra Fría y al desmoronamiento del Muro. Mientras vamos recorriendo las anchas avenidas de Pest hacia su casa procuro explicarle la pasión contra el establishment que dominaba a una gran mayoría de jóvenes europeos de entonces, desde los violentos disturbios de Mayo del 68 en las calles de Paris hasta la caída del Muro de Berlín veinte años después, en el 89.
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