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Cuentos de viajeros I: Creta, por Elvira Roca-Rey

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Foto: wikimedia.org

La joven Europa recoge flores cerca de la playa junto a sus doncellas cuando un toro blanco aparece de pronto en medio del ganado de su padre Agénor, rey de Tiro. Separado de las reses viene hacia ella, ante su corpulencia la princesa retrocede llena de miedo, pero el animal parece manso y se acerca hasta rozarla, ella lo acaricia admirada por su blancura, su dulce mirada la tiene hipnotizada, decide montarlo. Demasiado tarde para arrepentirse, el toro galopando ha alcanzado ya la orilla y con Europa aferrada a sus cuernos atraviesa nadando hasta llegar a Creta. Allí se descubre, abandonando la forma del toro aparece Zeus en todo su esplendor seduciendo a la noble fenicia,  (aunque Herodoto nos aclara que este mito representa el rapto de una princesa de Tiro por parte de los cretenses). Tres son los hijos de Zeus engendrados por Europa: Minos, Radamantis y Sarpedón, el primero fue quien le dio nombre a la fabulosa cultura minoica y a partir de entonces Minos significó el título que ostentaron ininterrumpidamente sus sucesores. Fue el rey Asterión de Creta quien lo crió junto a sus hermanos y de él heredó el trono.

Knossos nos recibe con el símbolo real, unos grandes cuernos de piedra que coronan el palacio sobre el valle. La primavera es un bálsamo de aromas y colores, la suave brisa ondea en las lomas colindantes obligando a cedros y pinos  a inclinarse reverentes ante cuatro mil años de historia. Al pie de sus murallas, del lado opuesto a la entrada, existió un río cristalino, pero el devenir ha sido capaz de modificar el paraíso y hoy solo vemos su lecho de arena. A lo lejos, circundando la ciudadela, se alzan las altas montañas de Creta frente a mi corazón palpitante. Los sueños están hechos de materia inasible, hacerlos realidad es un milagro, ¡cuántos años rogándole al destino para que esto suceda! La emoción de encontrarme en este mistérico lugar resulta imposible de transmitir. 

Hace 7.000 años la isla ya se encontraba habitada. En cuevas, en pequeños poblados y necrópolis han dejado su huella los nativos neolíticos, pero es recién al inicio de la edad de Bronce que la organización social y económica empieza a desarrollarse marcada por el arribo marino de hordas extranjeras, a partir de este momento encontramos testimonios de la civilización minoica por toda la isla: refinada cerámica, metalurgia, orfebrería, petroglifos y tallas en piedra en las que aparece una de las primeras escrituras del mundo en forma de jeroglíficos. Los estudios arqueológicos nos prueban que los palacios de Knossos, Phaistos, Malia y Zakros son erigidos unos siete siglos después, dando inicio a la era Paleopalacial. Yo estoy segura de que desde este mirador donde me encuentro fue el mismísimo Minos quien gobernó su reino, casi puedo verlo seguido por su cortejo en el laberinto de callejuelas. 

El soberano rendía devoto culto a Poseidón así que éste en recompensa le había regalado un toro blanco, pero Minos al contemplar tal hermosura decidió ocultarlo entre su ganado y sacrificó en su lugar a otro toro. El Dios a su vez decidió vengar la afrenta y envió al palacio de Knossos al irresponsable hijo de Ares y Afrodita. Obediente Eros lanza una de sus flechas a la reina Pacifae esposa de Minos y al momento la insensata queda irremediablemente enamorada del espléndido animal. De la adúltera unión nació el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro conocido como el Minotauro, un insaciable antropófago. En tales circunstancias el rey no podía negarle su nombre, pero se avergonzó tanto de semejante criatura que lo encerró al fondo del célebre Laberinto diseñado por Dédalo, un entrevero gigantesco de pasillos entrecruzados que conducían hacia una cámara central de la cual nunca más pudo escapar. 

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