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El vino de Dyónisos I

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Puesto que en el gran mercado de Mistura muy pronto se ofrecerán todo tipo de productos, incluyendo el buen vino nacional, y ya que del buen yantar se trata, he pensado que tal vez hacer una referencia sobre los orígenes de esta santa ambrosía llamada vino no vendría mal. Estando en Grecia lo único que puedo es brindar una especie de guía, a fin de informar con mayores detalles a los amantes del noble vino (y no cabe duda de que en el Perú  los tenemos), ¡a ver si les abro el apetito!

Mientras comentaba sobre el gran Blanco de Santorini en mi columna pasada, se me ocurrió que debería ofrecerles a nuestros lectores una escueta reseña sobre la historia del néctar griego. Todas las antiguas naciones del Medio Oriente se adjudican haber inventado el vino, no sólo los mesopotámicos, también Egipto reclama este honor. Debemos recordar que en aquel entonces se consideraba un brebaje ritual, al que tenía acceso la casta sacerdotal de manera exclusiva y si los pueblos lo consumían era únicamente con ocasión de las festividades religiosas. Desde épocas muy remotas y en casi todos los continentes el hombre ya había elaborado bebidas alcohólicas con este mismo propósito: la chicha de maíz en América, el vino de arroz en Asia, las cervezas de hojas de hiedra, de cebada, centeno, trigo, o el hidromiel en toda Europa. Empero, aunque la cepa proceda de Babilonia, las primeras viñas plantadas en tierra griega, la cosecha y elaboración del vino dionisiaco, es un capítulo aparte sobre uno de los más sutiles aportes del hombre a la humanidad.

En plena Edad de Bronce (entre 5.000 y 3.500 AC) se sitúa el mito de un célebre agitador político religioso de nombre Dyónisos, nativo de la región que colinda con la actual Turquía llamada Θρακη (Tracia). Es éste un país de montañas boscosas por las que discurren ríos cristalinos, de hondos barrancos con pequeñas lagunas y cascadas en medio de la espesura, como en los cuentos de hadas. Dyónisos Zagreo, el trasgresor, rompe todos los tabúes, ultraja los privilegios sacerdotales y ofreciéndole su vino al pueblo quiebra el orden social establecido. El significado del mito en toda su magnitud no viene al caso en esta breve columna, bastará recordar que fue el dios tracio de la vegetación, de la fertilidad, del teatro, del éxtasis místico y al mismo tiempo del éxtasis erótico. Pero aquí sólo cabe recalcar su característica como viticultor primigenio. Al que vemos siempre  representado  con un racimo de uvas en la mano, cubierto con una piel de tigre a modo de taparrabo, vagando por los bosques acompañado por su séquito de fieles, o en las cascadas donde se detenían para libar con vino y danzar hasta el amanecer. Dyónisos Zagreo, el inventor del elixir al que llamamos vino.

Resumiendo la historia: pasan los siglos, hacia el 667 AC, en la misma tierra donde nació el mítico dios, los antiguos helenos instalan una colonia al sur de Tracia llamada Bizancio,  aunque resulta un poco “bizantino” hablar aquí de los famosos vinos del Bósforo de aquella época.  Con la derrota de la batalla de Corinto en el año 146 AC los romanos se apoderan de Grecia. Copiando a la letra el panteón helénico, a nuestro héroe “plantador de viñas” lo bautizan como Bacco, y además se encargan de promocionarlo a lo largo y ancho de su gran imperio. Pero en el s. IV DC el emperador romano Constantino I refunda Bizancio con el nombre de Constantinopla, la cristiandad acaba entonces con todos los templos y símbolos paganos, siendo Dyónisos uno de los más agraviados. Este largo periodo de decadencia para los viñedos de buena parte del archipiélago viene encadenado a la caída de Bizancio bajo el yugo de los turcos – otomanos, quienes se habían apoderado de vastos territorios, y aunque la prohibición coránica iba dirigida exclusivamente a los invasores islámicos durante cuatro siglos más los griegos tuvieron que soportar las consecuencias correlativas a las dificultades y limitaciones sobre el consumo de vino. En 1821 con el retiro de la población otomana los viñedos griegos sufrieron graves agresiones y estuvieron casi a punto de desaparecer. Sin embargo, cuando los cristianos recuperan las tierras helénicas los monjes ortodoxos son quienes monopolizan la industria vitícola y la resucitan como a Lázaro. 

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