Estamos navegando por las tranquilas aguas color turquesa que separan a Grecia continental de la Península del Peloponeso, es la primera vez que voy a poner pie en los dominios espartanos. Para mí - ciudadana extranjera llegada a la Hélade hace sólo dieciocho meses - empero totalmente identificada con el espíritu de los antiguos atenienses desde hace mucho - un primer paso hacia la patria de su histórico contendor significa el complemento imprescindible para sentir el peso contundente de esta extraordinaria cultura, en la totalidad de su esfera. Siendo ambas las más fuertes, algo así como si Atenas representase el Yin y Esparta el Yan. Aunque fue muchísimo más complicado que eso, pues la que hoy llamamos “Grecia antigua” no fue nada homogénea, se forjó gracias a una confederación de pequeños reinos autónomos de muy diversa índole, tribus absolutamente distintas que se mantenían en mutuo conflicto, traicionando al aliado con demasiada frecuencia o estableciendo alianzas temporales según la conveniencia, incluso entre ambas ciudades-estado. Nos encontramos muy lejos de la desparecida polis, sin embargo entrar en la península del Peloponeso para mí aún significa entrar en el espíritu espartano.
La nave se desliza despaciosa por el Estrecho de Corinto, las paredes del acantilado muestran los estratos geológicos de la corteza terrestre con asombrosa distinción, gruesas estrías paralelas de diversos colores testimonian la prehistoria de esta región. Delgados chorrillos brotan aquí y acullá a lo largo del cañón, por tal razón sus altas murallas de tierra caliza se han ido poblando de pinos y arbustos silvestres, hay playas minúsculas de blanca arena bañadas por un agua clara como la aurora, pero si inclino mi mirada hacia la profundidad del canal desde la popa del barco el color de las aguas cambia totalmente, ahora es de un rotundo azul hielo. ¡Ah! pasan volando las negras golondrinas.
Ya desde el siglo VII AC el tirano Periandro de Corinto había observado los inconvenientes del largo recorrido al que se veían obligados los barcos y a fin de obviar los 400 km de navegación alrededor de la península del Peloponeso, tuvo el acierto de proyectar un canal que conectase el Mar Egeo al Golfo de Corinto. Tremenda obra de ingeniería era imposible de realizar en aquella época de manera que tuvo que contentarse con abrir una ancha calzada de piedra sobre el estrecho que une los dos golfos, pero ésta también se presentaba como un trabajo para Hércules porque desde un extremo al otro del Itsmo el desnivel del suelo marca 200 m de diferencia. Así que para tirar los barcos sobre una especie de tráiler sobre ruedas, si era de bajada la tenían fácil, pero cuando era de subida…Los griegos de esa época no se dejaban vencer (y espero que los actuales hayan heredado las agallas), de tal manera que por dicha rampa pasaron de un mar al otro no sólo pesados bajeles y personas, sino también ideas. Restos de dicho camino aún podemos encontrar paralelos al canal, así fueron transportadas las ideas del Este hace 2.700 años.
Luego los romanos invadieron y destruyeron la antigua metrópolis, Julio César en los últimos años de la República encontró ventajas en la realización del proyecto para su recién fundada colonia Julias Corinthos, pero debido a las dificultades técnicas de la época tuvo que renunciar. Allí se celebraban los “Juegos íthmicos”, famosos por sus competiciones ecuestres y musicales, en las cuales el mismo Nerón quiso participar, obviamente los corintos le otorgaron el primer premio de interpretación musical sin dudarlo. El emperador en retribución a este gesto decide gratificarlos, en el año 47 DC Nerón ordena la perforación dedicándosela cínicamente a “Hércules protector de los trabajadores”, por esto sus aduladores acuñan la expresión “fuerte como la tierra del canal de Corinthos”. El Itsmo tiene 6.3 km de largo y casi 30 m de profundidad, millones de metros cúbicos fueron excavados a cargo de 6.000 esclavos judíos que se habían revelado en Spasianos contra el cruel Nerón, todos ellos dejaron sus huesos en el colosal esfuerzo.
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