Ayer 7 de Septiembre, en la colina del Pnyx, principal centro de la vida política y cultural de la Grecia clásica, donde hace dos mil quinientos años se reunía la Asamblea ateniense y el pueblo para escuchar al filósofo, legislador y poeta Solón, en el mismo pódium donde el inmortal Pericles pronunció sus célebres discursos sobre la recién concebida “Dimocratía”, con el Acrópolis iluminado de telón de fondo, el Presidente francés Enmanuel Macron nos ha transmitido su mensaje contundente : “soberanía y democracia para la vieja Europa”.
Ayer he tenido el privilegio de participar de la audiencia receptora de un episodio histórico, un discurso significativamente auspicioso. La fecha es casi coincidente con mi llegada a Grecia. Hace dos años aterricé una noche en el Aeropuerto de Atenas sin hablar griego, sin conocer a nadie, con una pila de años a cuestas y sin plata, sola junto a la jaula de mi gata y una pesada maleta que no podía cargar. A la mañana siguiente, 14 de Septiembre, subí a la Acrópolis y visité el Pnyx, por la tarde fui a reunirme con el pueblo ateniense en la Plaza de Syndagma, frente al Parlamento, pues allí se celebraba la reciente victoria electoral del partido social demócrata Syriza. No todo ha ido bien para Grecia desde entonces, lamentablemente, pero éste es el momento de recordarle a mis lectores que mientras la Primera Ministra Angela Merkel junto con la Banca Europea le apretaban la soga al cuello al Primer Ministro Alexis Tsipras, el que entonces fuera Ministro de Economía, Emmanuel Macron, apoyó a Grecia de manera decisiva (a pesar de tratarse de un gobierno en manos de un partido antagónico a su propia trayectoria conservadora). Su propósito era facilitarle la carrera de obstáculos, y lo logró. Gracias a Macron y a otros que la respaldaron, mal que bien, algo se ha ido avanzando en la República Helénica, por momentos tengo la impresión de que la nave se ha estabilizado un poco, que la tormenta va a dejar de arreciar. Aunque el sacrificio social ha resultado excesivamente duro, nadie lo pone en duda.
El acto oficial de ayer fue inaugurado por Tsipras, quien no se quedó atrás en cuanto a elocuencia y aplomo, pero esta vez fue sobretodo el discurso de Macron el que me puso la piel de gallina. Mis parientes y amigos me preguntaron hace dos años porqué había decidido mudarme a Atenas, yo nunca supe dar una repuesta adecuada, o tal vez no lo quise. Las turbulencias de mi espíritu habían ido tejiendo poco a poco la teoría de que si el mundo se estaba yendo a pique, (como no es difícil de verificar), el homo sapiens, si en verdad era imagen y semejanza de Dios, si en verdad había evolucionado biológicamente, tenía que encontrar una salida al laberinto. O de lo contrario íbamos a terminar todos en el Averno. Cuando la estructura de valores morales y humanitarios se deteriora, aunque la verdad es que siempre lo estuvo pero cuando alcanza su clímax gran parte de la humanidad suele reaccionar de forma solidaria en el tácito y común acuerdo de participación activa en un nuevo plan. A este fenómeno social invariablemente renovado a lo largo de la historia, siempre urgente y salvador, se le llama “resucitación”. Los italianos de finales del siglo XIV lo titularon “Rinascimento”, el cual le insufló un eminente “boca a boca” a una Europa oscurantista y decadente, enclaustrada en las mazmorras del Medioevo.
Pues yo he apostado por el nuevo Renacimiento. Sin excluir a ninguna nación, (obviamente cada región del globo tiene su propia superioridad cultural, científica o tecnológica), no obstante creo que el epicentro de semejante gestación va a suceder en Europa, por tratarse de un continente que aún atesora la lúcida visión civilizadora que requiere esta nueva etapa de la historia. La cual pareciese que se avecina, al menos así me lo ha hecho creer Macron con su discurso alentador y su encomiable esfuerzo en pro de una Europa unida y soberana. Ya no colonizadora, sino inteligente y democrática. Empero, si pretendemos salvar al planeta, no basta con el “Acuerdo de Paris”. En lo referente a la imparable carrera armamentista, muchos de nosotros sabemos que obligatoriamente tiene que sobrevenir una descomunal fuerza pacificadora, que en ningún caso debe de estar sujeta a ninguna religión. ¡Un “huracán de solidaridad” es lo que necesitamos! Que brote de manera espontánea, que no surja del Atlántico enfurecido, sino del recalentamiento del alma del pueblo, cansada de las guerras y del permanente lavado cerebral, hambrienta de recuperar los valores perdidos. El único objetivo consiste en derrotar a la crueldad, a la codicia de los déspotas con su insaciable belicismo.
Siguiendo el hilo de la historia, tal vez intuí que si algo semejante a una venidera etapa resucitadora va a tener lugar, Atenas tiene que ser el ojo del ciclón. Ayer dirigí mis plegarias a la Colina de las Musas, vecina del Pnyx, para que el espíritu de los antiguos filósofos griegos encarnase en Macron. En esa madrugada del 13 de Setiembre del 2015, en el Aeropuerto yo no estaba sola. Aquí sucedió todo, aquí nació Occidente hace milenios, y es aquí donde muy pronto tiene que volver a renacer, por eso vine a quedarme.
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