El Equinoccio de Primavera es el fenómeno solar de mayor simbolismo para el hombre ya que representa el equilibrio de la luz y la sombra, metafísicamente interpretado como la lucha entre el bien y el mal, la vida y la muerte universal. Los griegos de la antigüedad fueron minuciosos observadores del firmamento, muy hábiles en predecir las fechas de solsticios y equinoccios, en aquel periodo de la historia le rindieron culto al dios solar Apolo, y a Dionisio, su contraparte, dios de raigambre agrícola, símbolo del eros, de la fertilidad, de la energía cósmica y del vino, para celebrar el arribo de la primavera realizaban eufóricos desfiles campestres danzando y bebiendo en su honor. Actualmente el inicio de la primavera ha quedado fijado entre el 20 y 21 de Marzo, muy pronto - apenas el domingo siguiente de esta luna llena - se celebra la Pascua cristiana, que este año ha coincidido con la Pascua Ortodoxa, del 09 al 16 de Abril. Obviamente este rito de sacrificio tiene sus orígenes en el “pago a la Mamapacha” que celebraron los antiguos mesopotamios y griegos en estas mismas fechas exaltando la muerte y resurrección de la Tierra.
Aunque la Pésja judía aparentemente no se relaciona con la primavera, ya que el tema es el éxodo del pueblo hebreo desde Egipto hacia la Tierra Santa, sin embargo sí que lo está, y de forma muy directa puesto que en medio del Sinaí cae maná del cielo. Sobre la muerte del desierto el triunfo de la vida, ¡la esperanza y el espíritu han resucitado! El islam nos recuerda la sumisión del hombre a la voluntad divina en el sacrificio impuesto a Abraham, cuando Dios para probarlo reclama la vida de su hijo Ismael. Cada año durante las fiestas de Aïd el Kébir el jefe de una familia musulmana se obliga a sacrificar un cordero, como le fue concedido a Abraham en el lugar de Ismael. Nosotros católicos rendimos culto a la pasión y muerte de Jesús con gran fervor, a lo largo y ancho del territorio hispanoamericano discurren las procesiones y celebramos el domingo de su resurrección sentados devotamente en torno a un cordero que nos disponemos a devorar. Muchos pueden acusarme de herejía, pero a pesar de ello voy a revisar un poco de historia. Dionisos es de “origen extranjero”, de un lejano país mágico que algunos sitúan en la India mientras que otros sostienen que nace en Nysa, lugar desconocido, (según Herodoto es Etiopía), pero lo que importa es que ya está presente en la cultura minoica (Creta, entre 3.000 y 1.450 ac.) Fue hijo de Zeus dios del universo, y por lo tanto de naturaleza divina como Jesús, sus rituales son mistéricos, tal como aún siguen siendo los rituales de sacrificio de la trilogía monoteísta judeo-cristiana-islámica. Sin duda representa al primigenio cordero pascual: según los misterios órficos, cuyo centro cultual era el santuario de Eleusis, el pequeño Dionisos “hijo de dios” es descuartizado, cocido y devorado por los Titanes. Su padre, enviando rayos del cielo, fulmina a sus asesinos evitando así que su corazón sea devorado, y de éste mismo renace Dionisio. Como el Fénix de sí misma. De las cenizas de los Titanes y de la tierra nacen los seres humanos, cuyo componente es mitad dionisiaco, pero la otra parte carga con la “culpa original” de los titanes asesinos, por lo que “deben de purificarse evitando la matanza de hombres y animales, de esta manera su alma será liberada de la cárcel corporal para reintegrarse al mundo divino de donde procede”. Se trata pues del “culto de las almas” en el que el salvador es el único “capaz de presidir la comunicación entre los vivos y los muertos”, el cordero inocente, hijo de dios, quien muere y renace para purificarnos.
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