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Nada para Cáritas

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“A Cáritas no le doy nada”, le dijo con un tono displicente la señora con aire de trepadora frustrada a la amable empleada del supermercado, cuando esta le preguntó si donaría unos centavitos a la prestigiosa organización cristiana de caridad. No es la primera vez que observo un comportamiento similar en clientes de los supermercados de Lima que colaboran con esta u otras organizaciones sin fines de lucro.

Podemos discutir si es el mejor el modelo de caridad asistencialista el que ha tenido esta organización en su historia (hoy por cierto está cambiando, y más que regalar alimentos ayuda a los pobres a formarse y a impulsar proyectos productivos), pero lo que creo que está aquí en juego es el tema de la solidaridad… ¿Qué hace que una persona acomodada (la mayoría de los que acuden a estos modernos supermercados no están precisamente por debajo de la línea de la pobreza) niegue unos centavos para ayudar a otras menos favorecidos? Sospecho que son esos mismos que mezquinan una moneda a los cuidadores de carros, y rechazan con displicencia a los niños que solicitan una moneda por limpiar el parabrisas, felizmente menos cada vez. 

Las encuestas sobre la generosidad de los peruanos (al menos en zonas urbanas, donde se han hecho) no dejan lugar a dudas: según una encuesta de El Comercio del 2014, menos del 30 % de los ciudadanos colabora con alguna obra solidaria, o dona dinero a alguna organización sin fines de lucro, en contraste con los norteamericanos, donde más del 60 % lo hace, y al menos una vez al mes. Estos datos contradicen un tanto la leyenda del individualismo y la insolidaridad de los norteamericanos.

Es sorprendente, por ejemplo, la inexistencia en Perú de auspicios privados para museos, hospitales, bibliotecas y otros, tan habituales tanto en USA como en otros países occidentales, donde los millonarios tienen a gala donar parte de su fortuna a estas obras. Muchas universidades de Estados Unidos, por ejemplo, financian parte de sus gastos con las donaciones que hacen sus ex alumnos exitosos, y de otros filántropos. 

El famoso millonario norteamericano Andrew Carnegie escribió en un artículo publicado en 1889 en la revista Wealth que todo hombre de negocios debería tener dos etapas en su vida, una primera dedicada a hacer dinero, y la segunda a repartirlo en obras de caridad. Y pese a su fama de mezquino, lo cumplió en su vida: en valores actuales, donó unos 4 500 millones de dólares en su vejez, y el resto de su fortuna fue repartido en organizaciones de caridad luego de su muerte siguiendo sus instrucciones. Como él ha habido muchos otros millonarios filántropos. 

Por ejemplo, dos de los hombres más ricos del mundo, Bill Gates y Warren Buffett, impulsan desde el 2010 la iniciativa The Giving Pledge (‘La promesa de dar’) para animar a los más ricos del mundo a donar al menos la mitad de sus fortunas a causas filantrópicas. Buffet ha prometido donar el 99 % de su fortuna, y a la fecha ya ha donado 23 mil millones de dólares, superándolo ligeramente Gates con 28 mil millones. Más de 120 millonarios en todo el mundo se han comprometido públicamente a donar al menos la mitad de sus riquezas a obras caritativas. No he escuchado de ningún peruano en esa lista, ni de ningún peruano donando en vida parte de su fortuna a un hospital, una biblioteca o un museo (José de la Riva Agüero legó en su testamento el fundo Pando a la Pontificia Universidad Católica).

Pero no nos fijemos solo en los millonarios: cabría preguntar al lector clasemediero, ese al que no le duele gastar 150 o 200 soles por comida en un restaurante, que usa para movilizarse por la muy plana Lima una camioneta 4 x 4 del año, cuando son dos o tres en la familia y podría arreglarse muy bien con un carro más pequeño, o que paga con diligencia ropa o calzado de marca al costo de un salario mínimo por pieza, y frecuenta las boutiques y centros comerciales para actualizar su ropero varias veces al año: ¿colabora usted con alguna obra de caridad o de bien social? ¿Apoya a alguna familia o persona necesitada?

Sí he escuchado de algunos que lo hacen, pero como indica la estadística citada arriba, no es la mayoría. Sé, por ejemplo, que en algunas empresas como Petroperú había años atrás (espero que siga) una iniciativa entre profesionales de alto nivel para financiar los estudios de jóvenes sin recursos. Conozco a uno de los beneficiarios, que gracias a este apoyo hoy es un profesional altamente respetado que ocupa un puesto importante en una institución pública, y es altamente respetado por su capacidad y honestidad. ¿Cuántos jóvenes que podrían hoy estar contribuyendo con el desarrollo del país si hubiesen tenido oportunidad de formarse? ¿Si solamente se hubiese destinado a este fin, digamos, un 5 % de los gastos suntuarios de los más favorecidos?

Si algo distingue a los hombres de los animales, además del habla y (no en tod“A Cáritas no le doy nada”, le dijo con un tono displicente la señora con aire de trepadora frustrada a la amable empleada del supermercado, cuando esta le preguntó si donaría unos centavitos a la prestigiosa organización cristiana de caridad. No es la primera vez que observo un comportamiento similar en clientes de los supermercados de Lima que colaboran con esta u otras organizaciones sin fines de lucro.

Podemos discutir si es el mejor el modelo de caridad asistencialista el que ha tenido esta organización en su historia (hoy por cierto está cambiando, y más que regalar alimentos ayuda a los pobres a formarse y a impulsar proyectos productivos), pero lo que creo que está aquí en juego es el tema de la solidaridad… ¿Qué hace que una persona acomodada (la mayoría de los que acuden a estos modernos supermercados no están precisamente por debajo de la línea de la pobreza) niegue unos centavos para ayudar a otras menos favorecidos? Sospecho que son esos mismos que mezquinan una moneda a los cuidadores de carros, y rechazan con displicencia a los niños que solicitan una moneda por limpiar el parabrisas, felizmente menos cada vez. 

Las encuestas sobre la generosidad de los peruanos (al menos en zonas urbanas, donde se han hecho) no dejan lugar a dudas: según una encuesta de El Comercio del 2014, menos del 30 % de los ciudadanos colabora con alguna obra solidaria, o dona dinero a alguna organización sin fines de lucro, en contraste con los norteamericanos, donde más del 60 % lo hace, y al menos una vez al mes. Estos datos contradicen un tanto la leyenda del individualismo y la insolidaridad de los norteamericanos.

Es sorprendente, por ejemplo, la inexistencia en Perú de auspicios privados para museos, hospitales, bibliotecas y otros, tan habituales tanto en USA como en otros países occidentales, donde los millonarios tienen a gala donar parte de su fortuna a estas obras. Muchas universidades de Estados Unidos, por ejemplo, financian parte de sus gastos con las donaciones que hacen sus ex alumnos exitosos, y de otros filántropos. 

El famoso millonario norteamericano Andrew Carnegie escribió en un artículo publicado en 1889 en la revista Wealth que todo hombre de negocios debería tener dos etapas en su vida, una primera dedicada a hacer dinero, y la segunda a repartirlo en obras de caridad. Y pese a su fama de mezquino, lo cumplió en su vida: en valores actuales, donó unos 4 500 millones de dólares en su vejez, y el resto de su fortuna fue repartido en organizaciones de caridad luego de su muerte siguiendo sus instrucciones. Como él ha habido muchos otros millonarios filántropos. 

Por ejemplo, dos de los hombres más ricos del mundo, Bill Gates y Warren Buffett, impulsan desde el 2010 la iniciativa The Giving Pledge (‘La promesa de dar’) para animar a los más ricos del mundo a donar al menos la mitad de sus fortunas a causas filantrópicas. Buffet ha prometido donar el 99 % de su fortuna, y a la fecha ya ha donado 23 mil millones de dólares, superándolo ligeramente Gates con 28 mil millones. Más de 120 millonarios en todo el mundo se han comprometido públicamente a donar al menos la mitad de sus riquezas a obras caritativas. No he escuchado de ningún peruano en esa lista, ni de ningún peruano donando en vida parte de su fortuna a un hospital, una biblioteca o un museo (José de la Riva Agüero legó en su testamento el fundo Pando a la Pontificia Universidad Católica).

Pero no nos fijemos solo en los millonarios: cabría preguntar al lector clasemediero, ese al que no le duele gastar 150 o 200 soles por comida en un restaurante, que usa para movilizarse por la muy plana Lima una camioneta 4 x 4 del año, cuando son dos o tres en la familia y podría arreglarse muy bien con un carro más pequeño, o que paga con diligencia ropa o calzado de marca al costo de un salario mínimo por pieza, y frecuenta las boutiques y centros comerciales para actualizar su ropero varias veces al año: ¿colabora usted con alguna obra de caridad o de bien social? ¿Apoya a alguna familia o persona necesitada?

Sí he escuchado de algunos que lo hacen, pero como indica la estadística citada arriba, no es la mayoría. Sé, por ejemplo, que en algunas empresas como Petroperú había años atrás (espero que siga) una iniciativa entre profesionales de alto nivel para financiar los estudios de jóvenes sin recursos. Conozco a uno de los beneficiarios, que gracias a este apoyo hoy es un profesional altamente respetado que ocupa un puesto importante en una institución pública, y es altamente respetado por su capacidad y honestidad. ¿Cuántos jóvenes que podrían hoy estar contribuyendo con el desarrollo del país si hubiesen tenido oportunidad de formarse? ¿Si solamente se hubiese destinado a este fin, digamos, un 5 % de los gastos suntuarios de los más favorecidos?

Si algo distingue a los hombres de los animales, además del habla y (no en todos los casos) la capacidad de razonar, es la solidaridad, muy rara en el reino animal salvo entre parientes muy cercanos. El hombre supera la lógica del “gen egoísta” que busca su beneficio y el de los que llevan sus genes. Pero para algunos parece que ese gen sigue siendo dominante…

os los casos) la capacidad de razonar, es la solidaridad, muy rara en el reino animal salvo entre parientes muy cercanos. El hombre supera la lógica del “gen egoísta” que busca su beneficio y el de los que llevan sus genes. Pero para algunos parece que ese gen sigue siendo dominante…

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