El oasis del Dráa de desliza a lo largo de treinta kilómetros cual una inmensa serpiente por el páramo, poco a poco el valle va ir despareciendo, palmeras y caseríos con sus casas de tierra roja son cada vez más escasos hasta llegar a las puertas del desierto. Este paraíso situado al sur de la ciudad de Ouarzazate, sembrado de antiguas kasbahs ocultas en la frondosidad del palmeral, es lo único que la separa del temible Sahara.
Pero nosotros hemos entrado por el norte y poco antes de llegar a la confusión de la urbe descubrimos los Estudios Cinematográficos de Dino di Laurentis. Es sobretodo por su calidad de luz a lo largo de todo el año que esta ciudad ha obtenido un sitial en la industria del celuloide, el éxito empezó con el rodaje de « Lawrence de Arabia » en la vecina kasbah de Aït ben Haddou. Hoy en día los turistas pueden visitar los « Atlas Studios », sin embargo, al intentar evitarlos y elegir el de Laurentis sucede que hemos olvidado un detalle : el gran productor y director de Cine Citá falleció hace más de medio siglo, y es así como de pronto nos encontramos dentro de un escenario absolutamente surrealista, con coches de plástico a la entrada.
Camerinos vacíos y salas abarrotadas de maniquíes vestidos con los trajes de algunas películas, gladiadores, emperadores chinos y Cleopatra comidos por las polillas. Todo es decrépito y además no hay un alma, salvo las que deambulan penando en nuestro rededor, las de los viejos actores que alguna vez representaron aquí la vida de Jesús y la de Ben Hur, y que Hollywood luego de elevarlos al pináculo los convirtió en enormes pedazos de nada. Una galera destartalada y nosotros remando para la foto, pero yo siento que es una realidad, que estamos en el mar y que en la vida tenemos que remar como aquí adentro, hasta puedo escuchar el gran tambor marcando el ritmo. Más allá un Jerusalém de cartón piedra bajo el sol despiadado, alucinación efervescente : veo cámaras por doquier, actores, una muchedumbre trajinando, voces y relinchos. Un destello sobre mis gafas de sol y la visión se desvanece, de nuevo la soledad, el tiempo y el silencio candente transitando por las plazas de esta experiencia fantasmal.
Por la noche Luis, Yolanda, Celia y yo cenamos en un legendario restaurante bajo la mirada de tantos actores famosos que ya casi nadie recuerda, de que estuvieron aquí dan testimonio sus fotos dedicadas al viejo Dimitri. Al reconocer los rostros de mis admirados héroes recuerdo claramente escenas concretas de películas de casi todos estos maravillosos intérpretes, que ahora cuelgan de las paredes observando tristemente cómo consumo mi plato de espaguetis.
Por la mañana vamos al Museo del Cine en el centro de la ciudad, esto ya es otra cosa. Justo al frente se eleva la magnífica « Kasbah de Taourirt », edificada a mediados del siglo XVIII y que en el siglo fue residencia del pacha Glaoui, un palacio magnífico que vale la pena visitar. Ouarzazate fue la última ciudad heroica que resistió los avances de la colonización francesa hacia el sur, hasta que en 1934 Assou Oubassiam, ( jefe de una temida tribu cuyas fuerzas se hallaban acantonadas en el contrafuerte sureño de los Altos Atlas), al cabo de varios años de batallar contra « el hombre del abrigo rojo », tuvo que rendirse ante los franceses para evitar la masacre.
Para festejar el cumpleaños de Luis la segunda noche vamos a un hermoso Restaurante en el antiguo barrio de Aït el K’dif, tiene mucho charme, ambientes separados al estilo berebere, con sus divanes corridos, mesitas bajas y candiles de aceite. Pero nosotros preferimos una mesa en el patio abierto junto a la piscina iluminada, la cena, la atención, todo aquí nos da una lección acerca de la execelencia marroquí.
Desde la ventana de la habitación la joven Celia y yo contemplamos el lejano río mientras le cuento que por esas riberas arribaban las caravanas colmadas de tesoros provenientes de Tombuctú. En el Hotel hay un anuncio que dice « a 53 días en camello hasta Tumbuctú », felizmente esta vez no voy a hacerlo. Más tarde, cuando por fin hemos logrado apoderarnos de la piscina del Hotel, retornan sus padres. Hay que prepararse para la boda, razón de nuestro viaje. Pablo es catalán y su musa Meriam es Ouarzazatiya, esta noche su hermana Imane se casa con un joven berebere.
Llegamos puntuales, es decir a las diez, justo para verla aparecer cargada en andas sobre los varoniles hombros de su parentela. Tras ellos una corte de amigos viene bailando, tocando tamboriles, panderos, crótalos, flautas y pitos, mientras las mujeres ataviadas con sus mejores kaftanes marcan el paso lanzando a la noche sus estentóreos gritos a la usanza saharawi. El patriarca de la familia envuelto en su shilaba nos recibe en la puerta de una tienda o jamía muy amplia, toda alfombrada de rojo e instalada en plena vía pública. Lo mejor es que el vecindario completo participa.
Han entronizado a los novios en un estrado alto para que presidan la fiesta. Una mujer madura tatúa las manos de la novia (que se mantiene sentada hierática como una esfinge) mientras le susurra quien sabe que secretos al oído. Afuera ya han descargado la camioneta de regalos, de pronto en la jamía irrumpen una docena de hombres trajeados con túnicas verdes que pasean los paquetes sobre sus cabezas. En las mesas han servido té verde, y tal como se acostumbra aquí antes de la comida, bandejas de dulces perfumados con agua de rosas. Por fin desfilan ante los novios las esperadas tajines, cuyas tapas son descubiertas para que los invitados, pasada la medianoche, podamos empezar a delirar con el humeante aroma de las más ricas viandas.
Grupos de muchachas cantan arrojando pétalos y deseándoles la buena fortuna. Hasta las cuatro de la mañana se han llevado más de una vez a la novia para cambiarle el traje, primero apareció como una reina de las Mil y una noches, envuelta en sedas verde y oro, luego en blanco con brillante diadema. En la foto aparece con el tradicional traje de las tribus del sur. Pero lo curioso es que, en tanto que los novios son obligados a mantener una postura de total solemnidad, sentados sin moverse de sus tronos, al resto nos ha sido permitido bailar con las diferentes orquestas, sin tregua y a lo loco, ¡una inolvidable boda árabo-berebere !
¿Ya leíste esta nota?
En los linderos del Sahara I
Comentarios